viernes, 9 de octubre de 2015

Así espero tu regreso a la tierra del olvido


Como la luna que alumbra 
Por la noche los caminos 
Como las hojas al viento 
Como la tierra a la lluvia 
Como el mar espera al rio 
Así espero tu regreso 
A la tierra del olvido


Ay Colombia, te robaste nuestro corazón. Desde nuestra llegada a Barranquilla, con la larga espera de la llegada de Kotowa hasta nuestra salida por Ipiales acompañados por una rica lluvia que nos despidió en nuestro camino a Ecuador. 

Cómo les contamos en nuestro blog anterior, desde que llegamos a esta hermosa tierra estuvimos acompañados de ángeles y no fue la excepción toda nuestra estadía. Si pudiéramos describir nuestro paso por Colombia en una frase, creo que podría ser: momentos de compartir. 

En nuestro paso por Cartagena tuvimos la oportunidad de conocer a dos viajeros motociclistas de Francia que justo terminaban su viaje de dos meses por América. Fue genial como una simple pregunta: ¿son suyas las motos? desencadenan una charla de horas. 

El cuadro: dos franceses, dos mexicanos y dos colombianos (de la mesa de al lado) compartiendo experiencias, tips, historias, amistad y por supuesto unas cervezas. La noche fue espectacular y en un inmejorable lugar rodeados de los muros de la mítica ciudad de Cartagena de Indias. 

Pero Cartagena no solo fue la ciudad, pasamos un par de noches en Barú e Isla Grande y si bien el servicio del hostal en donde nos quedamos nos dejó con un ligero sabor amargo, en definitiva lo que salvó la experiencia fue conocer a Aramis y Kathy, dos amigos peruanos que pasaban sus vacaciones en Colombia y con quienes pudimos compartir, nuevamente, cervezas, historias y amistad. Estamos con muchas ganas de llegar a Perú y reunirnos de nuevo con ellos. 

Fue precisamente cuando salimos de Cartagena cuando empezamos a experimentar la vida de Colombia. Esta ciudad es muy turística y por todos lados encuentras vendedores, tiendas, bares, restaurantes, lo cual maquilla hasta cierto punto el ritmo de la ciudad. 

Salimos de Cartagena rumbo a Montería, la verdad desconocíamos totalmente lo que era manejar en las carreteras colombianas. La hora y media que hicimos de Barranquilla a Cartagena estaba lejos de mostrarnos lo que venía. 

Emprendimos camino. Los 280 kilómetros de distancia nos recibieron con curvas tremendas y el estado de la vía no era el ideal, sin embargo transitable. Vistas increíbles y muchas vacas pastando nos acompañaron en donde únicamente llegamos a dormir para seguir el camino al día siguiente. Ya en ese momento nos dimos cuenta que los kilómetros y el tiempo son relativos y mas en Colombia. Acostumbrados a manejar 100 km en 1 hora o menos en Estados Unidos y México, empezaba a cambiar. 

Aquí vino el primer reto, de Montería a Medellín son 400 kilómetros y ohh sopresa, después de 6 horas no habíamos avanzado ni la mitad. Aquí si literal #senosborrolarayita. Eso sí el cambio de terreno es espectacular, de estar a 39º C pasamos a estar a 17º C en menos de 15 minutos y nuevamente regresar a 32º. 

Las montañas son imponentes y la infraestructura carretera definitivamente tiene un mérito mas allá de la construcción misma. Curvas que parecen de 350º para ir sorteando las montañas. Mantener la moto bien acostada para salir de las curvas interminables fue todo un reto para ambos, sin movernos y casi aguantando la respiración. 

Es increíble el movimiento de carga en este país. Las vías son súper complejas y hay una cantidad tremenda de trailers (tractomulas como les llaman acá). Sin duda la movilidad es un reto y si a esto le agregamos que todo mundo quiere pasar al mismo tiempo lo complica mas. Motos, camiones y autos rebasando en curvas cerradas a toda velocidad, frenando donde se les da la gana y pitando a cualquier disminución de velocidad. Poco a poco empezamos a entender la dinámica: el que se avienta primero, pasa primero. 

Llegamos a Medellín después de poco mas de 8 horas de viaje con una sola parada para comer y un par para poner gasolina. Sopresa, llegamos a la hora pico, millones de autos y motos enfurecidos por llegar a casa. Ahí en medio del tráfico conocimos a Luis Fernando de Yamaha, quien nos alcanzó y nos apoyó a llegar a nuestro destino, guiándonos y tomándose el tiempo para explicarnos las rutas y finalmente llegamos al mejor lugar de Medellín: la casa de Edilma. 

Edilma es mamá de nuestra amiga Dina y sin conocerla nos adoptó en su casa y el click fue inmediato. A tal grado que hoy la hemos adoptado como nuestra tía. El tiempo que pasamos conversando fue infinito, todos los días nos daba la media noche contando historias. Nos habían contado que los "paisas" eran parlanchines y lo comprobamos con Edilma. Mamá orgullosa de sus hijas, enamorada de sus nietos y gran gozadora de la vida!

Defnitivamente compartir fue mágico, aprendimos mucho sobre Antioquia, como se vivía antes, los pueblos, la educación, las mujeres. Fue realmente interesante poder vivir esta región de Colombia desde adentro. 

Comimos como reyes, cantidad de arepas y descubrimos el delicioso jugo de tomate de árbol. Visitamos la ciudad. Cuando un colombiano te dice: Medellín es hermoso, créanme que no miente. Medellín es espectacular. Desde las grandes obras de Botero, el funicular y la arquitectura de la ciudad hasta simplemente estar en un parque y ver pasar a la gente. 

Eso si, el lugar que se la llevó fue Guatapé, este si es un lugar de esos que no puedes morir sin ver. Mas de 700 escalones te conducen hasta la cima de Peñol, una gigantesca piedra que algunas historias dicen que es un meteorito que ofrecen una vista espectacular a la represa, y a solo unos minutos se encuentra un colorido pueblo. Literal, todas las casas son de colores distintos y tiene un magia y tranquilidad que invita a caminar y tomar buen café sin necesidad de decir mucho sino solo estar. 

De Medellín partimos hacia Bogotá. Nuevamente nos enfrentamos a las sinuosas carreteras, llevábamos tres horas montados en Kotowa y únicamente habíamos avanzado 100 km. Fue un recorrido rudo pero tuvimos la suerte de encontrarnos a Don Augusto en la carretera. Había ido a visitar a sus nietos a Medellín y venía de vuelta a Bogotá en su Harley, gigantesca para él, quien a sus 70 años sigue acumulando kilómetros. En una parada ya cerca de Bogotá, nos deleitamos con unas almojábanas y una pony para reponer energía para el último tramo. 

Vaya que fue necesario ya que la entrada a Bogotá fue una tremenda locura. Literal millones de autos, camiones y motos hacinados en las calles, todos pitando y queriendo pasar al tiempo. Impresionante como no se pegan y no chocan entre ellos. Son como una perfecta columna de hormigas todos maniobrando en el tráfico. Don Augusto nos llevó hasta nuestro destino. Nuevamente un angelito del camino nos acompaño hasta llegar sanos a y salvos. 

Bogotá fue especial. Descansamos mucho y lo tomamos como un break del viaje. Tuvimos oportunidad de reunirnos con nuestros amigos Dani y Lulú, conocer a sus familias y hacer nuevos amigos entrañables. 

En Bogotá todo empieza temprano, a las 5:30 am ya hay tráfico. A esa hora ya hay luz de día por ende la gente comienza sus actividades de trabajo tan temprano y como a las 6 pm ya es de noche, el ritmo de vida es distinto. 

Tuve la oportunidad de acompañar a Dani un par de veces (a esa hora) a dictar talleres. Volverme a vestir con saco y camisa fue raro después de tiempo de no hacerlo. Sin embargo los talleres me agradaron mucho y fue muy rico compartir con equipos y con gente. 

Otro encuentro genial fue con Edwin, un gran amigo a quien solo conocía por skype y a quien finalmente pudimos conocer en persona, conocer a su esposa y sus dos hermosas nenas. Tuvimos charlas muy interesantes, compartimos anécdotas y aventuras. Es un apasionado por las motos al igual que Omar su socio, con ambos tenemos pendiente una endureada y paseo en jeep, seguramente lo haremos al regreso. 

Aunque turisteamos bastante en Bogotá, mas bien nos metimos en la vida colombiana. Aprendimos a hablar como colombianos: que pecao, ¿qué mas?, ay mariiica, estoy juicioso, ¿cómo así?, los chinos, parce, parcera, berraco o emberracao, hijoepucha, ayjoemadre, masmelo, el man, ¿qué te provoca?... incluso cogimos el transmilenio para darnos un buen baño de pueblo en varias ocasiones. 

Conocimos también a Claudia, una doctora que hace fisioterapia con shiatsu y terapia craneosacral. Wooow...eso si que fue nuevo para ambos, descubrimos como nuestro cuerpo trae historia milenaria grabada en cada célula y esta todo todo conectado. Fue una experiencia bellísima poder visualizar nuestro cuerpo y espíritu como uno y entender el lenguaje del cuerpo para sanar y mantenernos en movimiento. 

Bogotá estuvo lleno de encuentros y nuevos amigos que mas que ponerlo en letras, nos llevamos todo su cariño en nuestros corazones. Los paseos a Santa Marta y Nemocón, la rodada nocturna a Chía, la visita a Fusa, la noche de juegos de mesa, las travesuras de Diana y Aris, las caminatas en el centro, la vista de Monserrate, las terapias sanadoras de la Dra. Avellaneda con el gran equipo de Bilanco, hacer coro en la playa, los intentos de "comer sano", el arequipe, las discusiones, los planes y viajes futuros, las largas charlas acompañadas de desayuno bogotano, esto y miles de detalles mas hicieron que nuestra partida de Bogotá fuera difícil y mas al tener nuestra despedida mexicana llena de gratos recueros y buenos deseos para nuestro camino. 

De Bogotá partimos rumbo a Salento. Nuevamente nos enfrentamos a las duras carreteras, esta ves la Linea que tiene un desnivel de mas o menos 1600 metros y en su punto mas alto tiene 3300 meseros. Esto representa una dura proeza, el cambio de clima, la baja velocidad a la que hay que circular y la cantidad de vehículos lo hacen complejo. Sin embargo las vistas son espectaculares y en moto es un must de este país. 

En Salento llegamos a un lugar mágico: Yambolombia. Un hostal ubicado a varios kilómetros del pueblo pero es el lugar ideal para cualquier viajero con ganas de compartir y pasar un buen rato. Gabriel, el dueño, es un tipazo, desde que llegamos nos hizo sentir en casa. La mezcla del mundo con mochileros de muchas nacionalidades fue muy enriquecedor. Las charlas, las rutas, las aventuras, los lugares son parte de la conversación en este lugar.

Cercano a las fincas de café, cascadas y un santuario de colibríes son parte de la naturaleza que inunda el lugar. Tuvimos la oportunidad de sacar nuevamente nuestra casita de campaña e instalarnos en el penthouse del lugar. La ventaja fue la gran vista que teníamos en la mañana y la tranquilidad de la noche, lo malo fue que por la noche una ventisca tremenda hizo que amaneciéramos empanizados de pies a cabeza. Aún así dormimos de maravilla acompañados de los ruidos del ambiente. 

Con Gabriel en especial compartimos buenas charlas, nos contó como llego al lugar con el sueño de iniciar un viaje y no se fue de ahí. Son quince años con su proyecto y lo comparte con un amor tremendo. Aún así cuando habla de su viaje en bici por el mundo le brillan los ojos. Estamos seguros que no muy lejos este viajero andará pedaleando las carreteras de sudamérica con sus rastas y sonrisa de oreja a oreja. 

Nuestra siguiente parada fue Popayán. De la ciudad podemos decir que es hermosa y tranquila, casi casi un pueblito, distinto del bullicio de Bogotá. Sin embargo nuevamente lo mejor fue encontramos con gente increíble y sabernos bienvenidos a su hogar. Conocimos a Dario y Elena y a sus hijas Ana Victoria e Isabela, a Don Adolfo y Esteban, con quienes pasamos un fin de semana bien acompañados y con buena comida. 

Aprendimos mucho más sobre Colombia, sobre todo las diferencias que existen entre la costa, oriente, capital, sierra, etc. Saber que ese cliché de mayor desarrollo en el norte y menor en el sur, también aplica en este país. Conversar con Dario y Elena fue enriquecedor

Fue en Popayán que disfrutamos el maravilloso espectáculo de la luna roja. Tal vez en 18 años contemos a nuestros hijos que fue en este pequeño pueblo colombiano que presenciamos esta belleza del universo. 

Algo que definitivamente nos llevamos con buen sabor de boca es el tema de seguridad. Colombia por su historia tiene ese estigma y si algo podemos compartir es que en ningún momento nos sentimos en riesgo, claro no se trata de tapar el sol con un dedo, pero si podemos compartir que caminamos, manejamos y disfrutamos cada rincón que visitamos. Los soldados son muy amables, o por lo menos así se muestran en las carreteras. Cada que pasamos por un reten, nos saludaban. Afortunadamente no tuvimos ningún problema en nuestra travesía y eso nos hace muy felices. 

Cerramos la travesía de Colombia en Pasto en donde seguimos deleitándonos con mas y mas comida, por fin comimos cuy y hornado. Lo mejor de Pasto fue llegar a casa de los papás de Daniel y con Pilar su hermana quienes nos recibieron con el corazón abierto y gustoso de compartir con nosotros. 

Don Daniel es sencillamente genial. Tiene una cantidad de historias que contar y es un apasionado de la ecología y de la sustentabilidad. Nos llevó a pasear por toda la región, nos mostró los cultivos, los museos, la naturaleza de la laguna de la Cocha. Los días que estuvimos ahí siempre hubo plan para visitar y comer. De verdad que parecía que tenía la consigna de ponernos en engorda. No dejamos de probar nada de lo que nos ponían en la mesa. 

Además hicimos un compromiso, con todo y testigos: somos padrinos de viaje de Don Daniel. Tenemos la consigna de volver en unos meses para contarle todas nuestras aventuras y ruta a Chile a donde estamos seguros que muy pronto, este viajero de corazón llegará. 

Definitivamente estábamos cerrando con broche de oro Colombia. Al salir de Pasto fuimos a la gasolinera y vaya sorpresa, 200 motos y otros tantos autos formados haciendo fila, únicamente había dos gasolineras en toda la ciudad despachando combustible. Hicimos lo propio, nos formamos y conforme se iban acercando mas motos a la fila nos preguntaban que de donde éramos y nos dijeron que nosotros no hiciéramos la fila que les dijéramos a los despachadores que nos hicieran el favor y en palabras textuales "que los colombianos eran gente buena y amable". Me fui metiendo hacia adelante en la fila, un taxista se paró y me dijo que los policías podían ayudarnos así que busqué a uno quien amablemente se negó pues luego la gente se lo echaba en cara. 

Ya en el frente de la fila, la gasolinera cerrada con una valla por donde uno a uno le daban el paso a las motos, con la garganta seca del nervio le pregunté al vigilante nos daba oportunidad de cargar y ahí empezó todo, dos de los de la fila dijeron que no, que me formara, lo peor es que no me lo reclamaban a mi sino al vigilante y a los demás motociclistas que decían que sí, ósea 100 vs 2. Ya se andaba armando la trifulca y preferí decirle al vigilante que si había problema mejor no le moviéramos pero nuevamente entre Don Daniel y un taxista que salió a la defensa y se le encaró al motociclista que reclamaba y le dijo: "bueno si tanto le afecta yo le dejo mi lugar, ya lo quisiera ver a usted en un pueblo pidiendo ayuda y se la nieguen"...fin de la discusión, me dieron oportunidad de pasar, cargamos gas y casi casi con ovación de la larga fila de motos emprendimos nuestro camino hacia Ipiales, para cruzar a Ecuador.

Y una última sorpresa, no se puede dejar Colombia sin visitar Las Lajas

Gracias Colombia por tan bellos momentos, por tus largas y sinuosas carreteras, por permitirnos pisar tu tierra, respirar tu aire, bañarnos en tus mares y calentarnos con tu sol. Por los entrañables amigos que dejamos, por la cerveza poker, la club colombia negra y roja, las arenas, los bosques, la bella música y sobre todo las charlas y conversaciones con todas y cada una de las personas que conocimos en esta hermosa tierra. 

Colombia querida te llevamos en el corazón...

Nota al pie: les compartimos esta canción que nos acompaño en nuestra travesía por Colombia https://www.youtube.com/watch?v=8jtfXHadYIE

La Nariz del Diablo...en algún punto de las carreteras de Colombia

2 comentarios:

  1. Hola viajeros.
    Me gusta que todo valla sobre ruedas, sigan difrutando este hermoso viaje.
    Aqui les extraño mucho, BESOS.
    DON GE

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    1. Don Gera!!! que bueno que nos lees. Hablemos por skype hoy en la noche, como ves?

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